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La selección animal llega a peces y mariscos de la mano de la genética

El futuro de la acuicultura estará marcado por chips de identificación de rasgos deseables como la velocidad de crecimiento o la resistencia.

Las crecientes escasez, contaminación y demanda de pescados y mariscos de interés comercial hacen prácticamente inevitable el auge de los cultivos marinos, incluso fuera de su medio natural. Al ser cultivos, se están empezando a aplicar masivamente técnicas de selección similares a las aplicadas históricamente en los animales de carne, con la ventaja de la existencia de herramientas genéticas y otros conocimientos científicos antes no disponibles. La desventaja, si así se puede llamar, es que estos animales se diferenciarán cada vez de los “naturales”, sin que eso suponga una menor aceptación por el consumidor. Así ha sucedido con el éxito rotundo del mejillón gallego, cultivado desde hace décadas, aunque su tamaño sea mucho mayor que el encontrado en su medio natural, las rocas marinas.

 El ejemplo más significativo, por el dinero que mueve, está en la acuicultura de salmón atlántico, un pez que se cultiva desde hace solo 50 años (los pioneros fueron los noruegos), según un amplio informe publicado en la revista Science. Se venden anualmente en todo el mundo 18.000 millones de dólares de salmón cultivado y su éxito se basa cada vez más en la innovación en las técnicas de cría, que seleccionan rasgos como la resistencia a enfermedades y parásitos y la velocidad de crecimiento, tan importantes para un negocio con instalaciones cada vez mayores.

Aunque se han empezado a comercializar salmones genéticamente modificados en muy pocos países, en general los investigadores se centran en mejorar las técnicas tradicionales con la ayuda de chips de identificación genética y otras herramientas basadas en los genes. Estos chips son capaces de señalar rápida y eficazmente a los individuos que tienen rasgos deseables para seleccionarlos para la cría, como se hace tradicionalmente con los sementales en el ganado vacuno.

Hasta ahora los rasgos más deseables eran las citadas velocidades de crecimiento y la resistencia enfermedades y parásitos, pero empiezan a destacar la resistencia en general, a la vista del cambio climático emergente. En el futuro se piensa en rasgos atractivos para el consumidor, como carne de mejor calidad y sabor, ausencia de espinas o un contenido más elevado de determinados nutrientes, sin descartar simples cambios en el color. “Existe un enorme potencial genético en las especies de acuicultura que todavía tiene que hacerse realidad”, declara a la citada revista el genetista Ross Houston, del Instituto Roslin, donde se gestó la famosa oveja Dolly. La modificación genética no es una excepción en estas posibilidades, aunque se siga enfrentando a dificultades para llegar al mercado.

Por lo pronto, los salmones cultivados seleccionados en la forma tradicional han ido aumentando de tamaño consistentemente de generación en generación respecto a los salvajes de su misma edad. Con la selección genética, que ya se está haciendo en el salmón, los langostinos y la tilapia, la búsqueda de rasgos deseados basados en características genéticas conocidas se hace posible de forma rápida y a un coste cada vez menor, a la vez que se evita la consanguinidad excesiva.

La acuicultura y su flexibilidad

Existen otros trucos para maximizar la rentabilidad, como conseguir híbridos, retrasar la maduración sexual y criar peces de un solo sexo, pero es igual de importante evitar las enfermedades. Además, a la acuicultura no le gusta el sexo, una actividad que resta energía para el crecimiento y que supone un peligro para las especies salvajes si escapan ejemplares fértiles cultivados. De ahí el éxito de las ostras triploides, fruto de un trabajo de investigación realizado en los años noventa del siglo pasado. Con tres copias de cada cromosoma, son infértiles y tardan menos en alcanzar el tamaño comercial, con lo cual son menos susceptibles a enfermar. Ahora se intenta hacer lo mismo con los salmones.

La acuicultura tiene miles de años de antigüedad, pero en su versión moderna, mucho más masiva, está claro que ha llegado para quedarse. Las cifras lo demuestran. Es el origen de casi la mitad de todo el pescado y marisco vendido para alimentación actualmente en el mundo, según la FAO. Una parte importante corresponde a la acuicultura de agua dulce, centrada en la tilapia y la carpa, sobre todo en Asia, que son otros ejemplos de éxito económico, pero con menor valor añadido que el salmón.

En todo este campo existen ya muchas instituciones científicas trabajando para concretar rasgos deseados y conseguirlos en especies acuáticas comerciales, pero como en todo sector que crece rápidamente también se acumulan los problemas medioambientales, que necesitan igualmente de investigación científica para minimizarlos. Una regulación más estricta (y dinero para hacerla cumplir) respecto a los efectos en el medio ambiente de la acuicultura y también sobre la utilización de determinadas técnicas genéticas arriesgadas resulta cada vez más necesaria. El próximo proyecto de granja marina de salmón contempla una en mar abierto que contenga más de tres millones de ejemplares que alcancen los cinco kilos. Son cifras que dan que pensar.

Fuente: Público