Gracias a un proyecto diseñado por un grupo de investigadores, los desechos del langostino ya no impactarán negativamente en el medio ambiente sino que serán aprovechados y reutilizados en beneficio de agricultores y piscicultores.
Solamente en el 2018 se desembarcaron 54, 000 toneladas métricas de langostinos y el 40% de esa masa se convirtió en residuos que emiten 15 000 toneladas de dióxido de carbono, indicaron voceros de la Universidad de Lima, donde se desarrolla el proyecto.
Ahora, gracias al proyecto diseñado, estos desechos se convertirían en proteína para alimento de peces, polímeros para mejorar la durabilidad de las semillas y su resistencia a las plagas, y pigmento para alimento de algunos peces.
En la industria langostinera, las colas de las langostas son separadas, mientras las cabezas son desechadas. Estas últimas no contaban con utilidad alguna, por lo que acababan en rellenos sanitarios e impactaban negativamente en la atmósfera.
Este proyecto plantea generar una economía circular procesando las cabezas de langostinos, que cuentan con sustancias importantes, como la quitina, que está en el esqueleto; mientras que las proteínas y el pigmento de este animal pueden servir como colorantes.
De acuerdo con Javier Quino, investigador del Instituto de Investigación Científica (IDIC) de la citada universidad y líder del proyecto, los beneficios ambientales resultan claramente visibles.
“Desde la óptica de la producción se estaría generando una nueva industria, con generación de más puestos de trabajo directos e indirectos. Asimismo, el uso de los residuos (o desechos) de un proceso productivo como insumos de una nueva industria se enmarca dentro del paradigma de la economía circular, en la que copiamos la forma de trabajar de la naturaleza, pues en ella el desperdicio no existe y la producción es sostenible”.
Con los procesos diseñados por la universidad, se han podido generar tres productos diferentes: la quitina, que será utilizada para cubrir semillas con este polímero y así prolongar su durabilidad y blindarlas ante el ataque de algunas plagas; las proteínas, que serán usadas para alimentos balanceados de tilapias y truchas y, finalmente, el pigmento, utilizado como un aditivo para alimentar a las poblaciones de ciertos peces, para que su carne obtenga una apariencia más atractiva.
Este innovador proyecto, que finaliza en el año 2020, ha recibido fondos del Programa Nacional de Innovación en Pesca y Acuicultura (PNIPA), impulsado por el Ministerio de la Producción, el BIF y la propia Universidad de Lima.
El equipo liderado por Javier Quino está integrado por Erich Saettone, Juan Carlos Yácono, Fabricio Paredes, Héctor Villagarcía, Silvia Ponce y colaboradores externos del Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) y de la Universidad Nacional Agraria La Molina.